jueves, 11 de diciembre de 2008

Mi aventura de ser docente

En mi experiencia como docente, percibo que he ido cambiando según he aprendido sobre la marcha. Cuando inicié mi trabajo como maestra, solo conocía el procedimiento que mis maestros habían llevado a cabo conmigo, principalmente, conductista. Al interactuar con los alumnos, me di cuenta de que era muy poco práctico para mí, pues se hacía una brecha muy grande entre ellos y yo, no había confianza para hacer preguntas, no podía saber qué era útil para ellos y qué no estaba funcionando. Aunado a esto, mis primeras materias asignadas fueron del área de exactas, por lo que tenía además que anticiparme a su forma de pensar y ajustar la exposición del tema, ejercicios, pase de lista, y demás asuntos, a 50 minutos. Para mi representó todo un reto, por lo cual, acepté la invitación de unos compañeros y me puse a estudiar una maestría en Educación. Estos estudios me dieron un panorama muy amplio de las formas en que se puede acceder al conocimiento, y así empecé a cambiar mi metodología de enseñanza, y al practicar en el aula iba al mismo tiempo, aprendiendo de mis alumnos. Me volví más perceptiva, y eso me ayudó a encontrar el “a donde llegar”. Llegué a la conclusión de que mi trabajo debía ir encaminado a lograr ver los planteamientos desde la óptica del alumno, y con esto, que todo fuera más sencillo en el aula; que el enfoque del problema fuera con las palabras que los alumnos usan, usando situaciones que ellos mismos viven y dejarlos imaginar la manera de solucionarlos. Así inicié mi nueva metodología, que en realidad no es nada nueva pues ya es conocida, pero para mí representó un poco de aire fresco el dejar de remar contra la corriente y pretender que mis alumnos fueran únicamente receptores de conocimiento. Alguna vez se me ocurrió que tal vez era demasiado estricta al proponer mis parámetros de evaluación, y les pedí que se imaginaran en mi rol de maestra y ellos mismos asignaran sus parámetros y puntuaciones. Para mi sorpresa, no fueron nada benévolos, pues según argumentaban, su esfuerzo debía verse recompensado. A partir de esta experiencia, cada semestre platico con mis alumnos sobre los parámetros de evaluación y los temas a tratar en el curso, lo cual les ayuda a concientizar sobre lo espero de ellos y a su vez ellos demandan de mi en igual proporción, desde mi puntualidad hasta mi dedicación hacia cada uno de ellos.
Realmente me parece ahora, que el hacer una barrera entre alumno y maestro no es símbolo de respeto, sino un obstáculo que impide que el maestro pueda ver la problemática del alumno, sus debilidades, puntos de mejora y, en un caso extremo, esta barrera impide al alumno ver las limitaciones del maestro. Desde mi punto de vista, esa distancia no favorece el respeto, ni el interés en la clase.
También he podido observar que, poner a la vista del alumno la lista de chequeo o los puntos a evaluar, es algo sumamente intimidatorio, por lo cual, me resulta mejor dejar que los alumnos hablen de su proyecto, o de las soluciones a los ejercicios, y tomar mis notas o verificar por separado, para no interferir con su explicación.
Esto es algo muy complicado para mí, y como esta situación, hay otras cuantas relacionadas con el proceso de evaluación, que es en mi opinión la parte difícil de mi trabajo. No me refiero a la asignación de calificaciones, pues tengo bien claro lo que voy a tomar en cuenta, sino la presión que muestran los alumnos al ser evaluados que muchas veces impide que ellos reflejen lo que en realidad son capaces de llevar a cabo.
Por eso, aunque parezca una locura, mi principal objetivo es aprenderme los nombres de pila de mis alumnos, de esta manera logro un poco de acercamiento y a la vez me facilito el trabajo al momento de evaluar, que resulta un poco más cordial. En fin, una de mis metas es que el trabajo sea más fácil para mi y mis alumnos, y que el proceso de aprendizaje sea una experiencia feliz, sin tener que prescindir de compromisos.

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